La toxicidad de las redes sociales

Elena Morilla

1/12/20255 min read

Empecé a abrir mis cuentas en las redes sociales allá por 2013 para poder compartir lo que escribía y dibujaba. Tenía dieciocho años y poco contacto con ese mundo, ya que aunque tenía ordenador aquel fue el año en que tuve acceso a internet por primera vez.

Para mí fue todo un mundo conocer de repente a tantos artistas, gente que le gustaba lo mismo que a mí y que hablaba con pasión de la literatura. Fue también el auge de los blogs literarios y me enganché a unos cuantos. Me gustó tanto que yo también intenté abrir los míos, aunque mi falta de constancia y desconocimiento contribuyeron a que no llegaran demasiado lejos. Fue también la época en la que surgieron tantos grandes artistas por Youtube no solo enseñando su arte, sino haciendo tutoriales para los demás. De pronto tuve acceso al conocimiento que solo habría adquirido en clases, durante años.

Me pasé horas en Deviantart e Instagram observando maravillosas ilustraciones. Hablé en Twitter con gente que también escribía y que compartía sus mejores consejos. Conocí a una comunidad de escritores que hicieron de esta afición algo menos solitario, y más si te has criado en un entorno donde el arte no es tan apreciado por los demás.

A día de hoy todo esto sigue existiendo, por supuesto, aunque ha evolucionado a cosas que cada vez me gustan menos.

Los cambios en los algoritmos

Muchos escritores se quejan de que sus publicaciones ya no tienen el mismo alcance y que les cuesta cada vez más competir con las grandes cuentas. Yo, personalmente, no creo que esto tenga que ser una competencia, al fin y al cabo muy pocos van a vivir de esto. Es decepcionante a veces subir por ejemplo una publicación de un dibujo o libro en el que te has esforzado mucho y que solo lo vean mis familiares y poco más, pero tampoco es que me moleste en exceso.

Lo que más me molesta es dejar de descubrir nuevos artistas y que las redes me bombardeen siempre con el mismo contenido. Antes me aparecían toda clase de publicaciones de gente asombrosa y no paraba de seguir cuentas que inspiraban. Ahora solo me aparecen las de aquellas que ya sigo y a veces ni eso. Estoy de acuerdo con que se oculten cuentas que llevan inactivas muchos tiempo (meses o años), pero ahora siento que cada vez me cuesta más maravillarme y encontrar contenido nuevo y refrescante.

Todo son vídeos cortos y contenido olvidable

Echo de menos cuando Instagram era una red social de imágenes o cuando Youtube incentivaba los vídeos de más de ocho minutos. Ahora me da igual si estoy en cualquiera de esas redes o Tiktok, todo se resume a los mismo. Contenido breve con una información enlatada y que no te da tiempo a digerir porque se acaba en seguida. Podemos pasarnos horas viendo cientos de vídeos y cuando nos salimos de ese embotamiento no recordamos nada. Ningún contenido de valor, solo un “fast food” interminable. Una forma de consumo que está diseñada para ser adictiva, pues no es casualidad que el contenido que te interesa aparezca cada dos o tres vídeos que no. El mismo método que emplean las máquinas tragaperras.

La comunidad de escritores

Las comunidades de usuarios también han cambiado. Si bien es cierto que siempre ha habido mucha toxicidad en redes, en especial Twitter, el nivel actual que encuentro roza lo radiactivo. Y me voy a centrar en la comunidad de escritores porque es a la que siempre he seguido. Con esto, por supuesto, no quiero decir que toda la comunidad sea tóxica, solo es una generalización basada en lo que he visto.

Ya no importa si eres un don nadie al que le gusta escribir en su diario, como si eres un escritor consagrado con varias publicaciones detrás. La gente te va a criticar, juzgar, insultar, amenazar y cualquier cosa que se te ocurra. ¿Por qué? Pues por lo visto por todo.

Que si usas una imagen de stock en la portada. Que si usas Chat GPT para corregir. Que si has dicho este micromachismo y hay que cancelarte. Que si te has olvidado de poner una coma aquí, vaya escritor eres. Que si no lees clásicos eres un mal escritor. Que si no lees de todo eres peor aún… Por cualquier cosa que podáis imaginaros se creerán con el derecho a dar lecciones a los demás. Por supuesto la empatía brillará por su ausencia. Nunca he visto en la vida real a gente hablándose de esa manera entre desconocidos y con esa libertad que parece que les da estar tras una pantalla.

A esto hay que añadir las quejas. Hace poco me creé un perfil en Threads, cansada del malestar general que me acusaba Twitter (ahora X, pero no pienso llamarlo así) y me encontré con un entorno aún peor. Ya no solo hay ataques al resto, sino que mi feed estaba plagado de publicaciones en las que solo había quejas por todo. Porque tal editorial me ha rechazado. Porque mi libro no se vende y la culpa es de los lectores, que no lo aprecian. Porque los autopublicados tienen que pagar sí o sí, sino han hecho un pésimo trabajo. Porque tal editorial ha sacado una edición especial, solo quiere ganar dinero (no como el resto de las empresas).

En resumen, veo mucha cancelación, juicios sobre los demás y una negatividad excesiva. A cada momento hay una nueva polémica por cosas superfluas. Incluso he visto cuentas de gente que se dedica a resumir los salseos semanales, como si esto se hubiera transformado de pronto en un Sálvame literario.

Tus lectores no están solo en las redes

En todas las cuentas que me he abierto he visto lo mismo. La mayoría de gente que comenzaba a seguirme eran escritores. Esto no es malo, pero si el objetivo es llegar a los lectores, tal vez no sean la clave como nos han querido vender desde hace mucho tiempo. Es cierto que la mayoría de la gente que escribe también lee, pero en este caso muchos de los que me seguían tenían la intención de que yo lo hiciera de vuelta. Quizá por eso nunca tuve muchos, pero tampoco fue algo que me importara demasiado.

Creo que si eres un escritor que quiere dar a conocer su trabajo tienes más opciones que toda esta toxicidad. Por supuesto que recomiendo que muestres tu trabajo en redes, sería absurdo no hacerlo en esta época, pero que eso no te obsesione. Y, si ves que la toxicidad es demasiada, que no te de miedo a hacer las maletas e irte.

Pienso que incluso en esta era de tecnología no hay que subestimar la forma de publicidad que se ha hecho toda la vida: el boca a boca. Algunas de mis ventas las he conseguido cuando he promocionado mis libros en una historia de Whatsapp o cuando le he hablado de ellos a alguien en la vida real. Es decir, que fueron comprados o promovidos por mis conocidos.

Creo que las redes sociales se han vuelto también una opción cómoda para muchas personas. Porque da menos vergüenza para un introvertido hablar de tu libro a un desconocido que a tu tía o tu compañero de clase. Lo que de verdad importa está ahí fuera.

¿Cuál es vuestra percepción de las redes sociales?